El Renacimiento fue una época de cambio para el teatro en general y para el actor en particular. Recuperó el prestigio que había tenido en la antigua Grecia, volvieron a ponerse en escena autores clásicos e incluso, con el desarrollo de la perspectiva, se introdujeron cambios en la escenografía y la puesta en escena, hecho que repercutió en el trabajo del actor y que provocó su profesionalización. Grandes artistas pintaron decorados para los teatros, se produjo toda una revolución escenográfica que llegó a la sofisticación y el actor asumió un papel determinante. Los intérpretes reivindicaron su categoría social y se organizaron en gremios, formando asociaciones cada vez más numerosas y con mayor prestigio. A partir de este momento se empezó a hablar de actores famosos y de compañías que, desde Italia, recorrían Europa. La evolución y riqueza de este teatro venía dada por el carácter de hecho protegido por la nobleza. Sin lo cual, la escena hubiera quedado relegada a la simple diversión popular que fue en el Medievo.
El actor profesional buscó entonces el favor del público, a quien gustaba reconocer a los personajes que veía en escena como si estuvieran en medio de una situación cotidiana y realista. La interpretación, pues, ya no se basaba solo en el recitado del texto, sino que los actores empezaron a crear personajes arquetípicos, especializándose en alguno de ellos, según sus aptitudes, y cuya representación se transmitía de padres a hijos. Fue también por aquel entonces cuando se gestó la Commedia dell'arte, en la que la importancia del actor alcanzó su cumbre.
COMEDIA DELL’ ARTE
La comedia siguió las tendencias del mimo latino, valiéndose cada vez más del movimiento, de la burla y de la improvisación. Así aumentó la libertad del actor tanto para interpretar como para adaptar el texto de la obra a sus necesidades expresivas (llegando incluso al dialectalismo y al lenguaje popular, circunstancia crucial en la Commedia dell'arte). Así, el actor empezó a ser el auténtico núcleo de la obra: interpretaba siempre el mismo tipo de personaje (existía la tradición del paso de papeles de padres a hijos, o de maestro a discípulo; quienes representaban a Arlequín, Brighella o Pantalón lo hacían de por vida, en una continua experimentación del mismo personaje), adoptaba un lenguaje popular y llegaba incluso a la parodia de la vida real de la gente corriente, lo que permitía al público identificarse con lo que veía en escena. En esta época la improvisación pasó a ser el principal instrumento de expresión artística del que dispuso el actor, con lo que se consiguió que cada obra fuera igual y diferente en cada representación. Así, gracias a la creciente importancia del actor, aparecieron compañías de prestigio con un actor estrella. Gracias a la organización espectacular de la Comedia, los actores pudieron transformarse en auténticos profesionales, reunidos en compañías con una denominación social propia: los “Unidos”, los “Fieles”, los “Celosos”, etc. Lo que significa dar un carácter profesional y social al actor, privado hasta entonces de ello. El único obstáculo a su libertad de actuar fue a menudo la aversión de las autoridades eclesiásticas, excesivamente preocupadas por su libertad de lenguaje y costumbres. Pero los cómicos consiguieron ganar la partida (aun a costa de graves incidentes y de frecuentes prohibiciones), debido también al hecho de que algunos de ellos eran ya tan famosos que influyeron en el poder político y en el eclesiástico.